Siempre estaba muy solo. Y muy triste. Pues veía, desde su ventana, a los otros chicos jugando sobre el césped en las noches de verano. Los veía corriendo felices allá afuera de la oscuridad a la luz. Pero nuestro muchachito ¿dónde estaba? Arriba en su cuarto. Con sus linternas y lámparas y faroles y candeleros y candelas. Completamente solo. A él únicamente le gustaba el sol. El amarillo sol. A él no le gustaba la Noche. Cuando llegaba el momento en que papá y mamá recorrían la casa apagando todas las luces… Una a una. Las luces de la entrada las luces del salón las pálidas luces las rosadas luces las luces del a despensa las luces de la escalera… Entonces el muchachito se metía en su cama. Tarde en la noche el niño desdichado tenía en el pueblo el único cuarto iluminado. Y una noche, mientras papá estaba de viaje y mamá se acostó temprano, el muchachito empezó a vagar solo, completamente solo por la casa. ¡Ah, cómo ardían las luces! ¡Las luces de la entrada las luces del vestíbulo las luces de la despensa las luces de la cocina!
¡Hasta las luces del desván! ¡Toda la casa parecía haberse incendiado! Pero el muchachito todavía estaba solo. Entretanto los otros chicos, allá lejos jugaban sobre los prados en la noche de verano. Riendo. Muy lejos. ¡De repente escuchó un golpe en la ventana! Algo oscuro estaba ahí. Un golpe en la puerta de entrada. ¡Algo oscuro estaba ahí! Un golpe en la puerta trasera. De pronto alguien dijo: —¡Hola! Una niña estaba ahí en medio de las luces blancas, de las brillantes luces, de las amarillas luces, de las luces de maravillas. —Me llamo Negra —dijo. Ella tenía el pelo negro los ojos negros y llevaba un vestido negro y zapatos negros. Pero su rostro era tan blanco como la luna. Y sus ojos brillaban como la luz de las blancas estrellas. —Estás muy solo —dijo ella. —Me gustaría correr con los chicos afuera —dijo el muchachito—. Pero no me gusta la Noche. —Yo te presentaré a la Noche —dijo Negra—. Y ustedes serán amigos. Ella apagó la luz de la entrada. —Ves —le dijo—. No estoy apagando la luz.
Y ellos lo hicieron. Subieron y bajaron las escaleras, encendiendo la Noche. Encendiendo la oscuridad, dejando que la Noche viviera en cada habitación. Como una rana. O un grillo. O una estrella. O una luna. Y ellos encendieron los grillos. Y ellos encendieron las ranas. Y ellos encendieron la blanca luna semejante a un helado. —¡Oh, cómo me gusta esto! —dijo el muchachito—. ¿Puedo encender siempre la Noche? —¡Por supuesto! —dijo Negra, la niñita. Y desapareció. Ahora el muchachito es muy feliz. Le gusta la Noche. ¡Tiene una Noche encendida en lugar de una luz encendida! Le gusta encenderla. Ha tirado sus linternas sus lámparas sus velas sus velones. En cualquier noche de verano que quieras, podrás verlo. Encendiendo la blanca luna, encendiendo las rojas estrellas, encendiendo las azules estrellas, las verdes estrellas, las luminosas estrellas, las blancas estrellas, encendiendo las ranas, los grillos y la Noche. Y corriendo en la oscuridad sobre los prados con los chicos felices… Riendo.